Pesadilla en la oscuridad

De manera frenética, agitada por un mal sueño, me revuelvo entre las sábanas, ansiando una bocanada de aire me despierto sin resuello, ahogando un sordo grito que no hace más que aumentar mi tormento, siento como si unos afilados ojos se hubieran posado sobre mí, oprimiéndome el pecho, acechándome.

Con el corazón en un puño escudriño la oscuridad en busca del menor atisbo de movimiento. En medio de la negrura, percibo una oscilación, un mínimo movimiento que se repite varias veces durante un minuto, transcurrido el cuál cesa abruptamente, dejándome confusa y aterrada, inmersa en una nueva pesadilla.

Todo está sumido en una oscuridad aplastante, en un perpetuo silencio que me consume, donde mi propia respiración da paso a un insoportable e inquietante sonido.

Las dudas se agolpan en mi mente, y a cada segundo que pasa mi terror va en aumento. ¿Fue una ilusión? ¿Un delirio fruto del cansancio? o ¿esas sombras que vislumbré son una realidad tan corpórea como yo?

Amedrentada ante semejantes perspectivas, reúno todo el valor que me queda, tomo aire como si al hacer el más mínimo movimiento este fuese a desaparecer, y con aparente firmeza, me incorporo lentamente intentando aparentar serenidad e indiferencia ante aquellas sombras, hasta quedar sentada. Tras unos segundos de incertidumbre, en un rápido y certero movimiento me abalanzo sobre el interruptor, prendiendo una chispa que no tarda en iluminar toda la habitación.

En el tiempo en que quedo cegada por la imponente luz, todas las tinieblas desaparecieron. Tardo unos segundos en recuperar la visibilidad; desorientada y algo confundida, miro en todas las direcciones en busca de cualquier figura extraña o desconocida.

Una sensación de alivio me recorre, y es entonces, cuando me doy cuenta de lo estúpida que he sido y de lo ridícula que estoy usando el despertador a modo de arma. Estoy sola y no hay ningún monstruo, fantasma o demonio debajo de la cama.

Miro el despertador, son las cuatro en punto de la mañana, a pesar de todo tengo una sensación de alarma que no se desvanece, pero es tarde y tengo que dormir.  Aún sin ganas me vuelvo a acomodar bajo el cálido abrazo de las mantas, que me incitan a posponer mi vigilia, animándome a iniciar un nuevo sueño del que no me volveré a desvelar.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *